La pobreza es un problema de carácter mundial. En nuestro planeta más de 800 millones de personas viven con menos de 1,25 dólares al día y muchos carecen de elementos básicos como agua y comida según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Esta problemática llegó a tal punto que se definió como un tema urgente a solucionar y cuya importancia se vio plasmada en uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, siendo la meta número 1 para los 193 países adherentes.
Esta realidad no está lejos de nuestro país. Según la última encuesta Casen, el 8,6% de las personas, (es decir, sobre un millón y medio) viven bajo la línea de la pobreza y, por primera vez, desde que se realiza esta medición este índice se mantiene estancado. Y si analizamos el período comprendido entre 2009 y 2018, el promedio se ha mantenido estable alrededor del 8% y 11%.
La tarea para la erradicación de la pobreza es, ineludiblemente, de carácter colectivo a nivel de sociedad. La falta de participación, la segregación y el marcado centralismo aún latente dentro de nuestro territorio, asientan de manera refugiada las bases de un sistema reproductor de la pobreza en cuanto a capacidades individuales. Es decir, que para superar el umbral, debemos comenzar con un proceso de autosuperación y crecimiento en cuanto a ámbitos políticos, culturales y sociales, consiguiendo de esta manera, individuos sólidos e innovadores. Por ello, el rol de la educación es clave, ya que, es un elemento que garantiza el crecimiento y el desarrollo sostenible y sustentable de las sociedades, debido a que es un generador de riqueza intelectual, de convivencia social, amistad cívica y, lo más importante, es un creador transparente y transversal de una cultura de deberes y derechos. En resumen, un pueblo educado, culto, informado y participativo, es el peor enemigo para los nacientes liderazgos populistas que, abanderados con las consignas de “más y mejor”, se aprovechan de la falta de educación de su pueblo para conseguir, administrar, y depredar todo el poder. En cierta forma, la falta de educación es el caldo de cultivo para dar el nacimiento de aquel “Leviatán” comentado por Hobbes.
Dicho esto, resulta fundamental, desarrollar una verdadera conciencia en torno a la trascendencia de poder educar a las nuevas generaciones, de tal manera, que sean capaces de analizar la realidad social, desenvolverse en un campo laboral competitivo y contribuir a una integración real de todos los niveles socioculturales y educacionales.
Por otro lado, debemos avanzar de forma decidida para que se puedan implementar políticas públicas que garanticen el acceso a los servicios básicos para los que viven en situación económica más precaria, con el fin de asegurar una vida digna para todos. Las acciones solidarias son útiles y, sin duda, han resultado claves durante las últimas décadas, pero finalmente constituyen una solución parche, en cuanto a que no resuelven de manera permanente las carencias que solo puede suplirlas una política educacional trascendente y renovadora.
Claudio Ruff, rector de la Universidad Bernardo O’Higgins