Hacia fines del año recién pasado, tímidamente, nos enteramos de un extraño tipo de neumonía (así se informó en nuestro país), que afectaba a ciudadanos al otro lado del mundo. Parecía ser un problema “de los chinos” (como dijo un poderoso Presidente), uno que, como tantas otras veces en la historia, sabrían sacar adelante y pasaría a formar parte de su milenaria trayectoria.
Así pasamos nuestro descanso veraniego (algunos, por cierto), el tiempo dedicado a la evasión, ajenos al peligro que se cernía sobre nuestras cabezas (benditos seamos los ingenuos), y solo una vez reincorporados a la cotidianeidad de nuestros trabajos comenzamos a darnos cuenta de que el problema también aquejaba a Italia, España y buena parte de Europa, y que, como varias veces en la historia, algo fluía en esta dirección. Si nada detuvo a las ideas religiosas, a la filosofía, a la ciencia y a la tecnología, tampoco habría obstáculo para el virus. En esto último no había novedad, los ilusos solo intentábamos ganar tiempo pensando en otras cosas.
Al igual que siempre, ¡se nos vino marzo! Pero esta vez no solo nos enfrentábamos a los fantasmas de la realidad pasada y presente, vale decir, el pago de deudas ocasionadas por las vacaciones, hipotecas, asuntos no terminados en la oficina durante el período anterior, la patente del auto, las matrículas escolares, la reactivación del estallido social, etc., sino que además el fantasma de la realidad futura conspiraba para hacer aún más dura nuestra carga. El coronavirus y sus temidas proyecciones estaban entre nosotros. Al igual que el Ebenezer Scrooge de Dickens, todos tendríamos que enfrentarnos a ellos, y durante más tiempo que una sola noche.
A la compleja experiencia que siempre supone cualquier enfermedad, se sumó esta vez, de un modo más poderoso que el usual, la idea de la muerte masiva (podemos ver el futuro en China, Irán, Italia, España y EE.UU.). Súbitamente, en especial gracias a las redes sociales, recordamos lo que nunca debimos olvidar: somos finitos. Los antiguos romanos lo sabían bien, cuando tras cada triunfo militar se lo hacían ver a sus victoriosos y soberbios generales con las palabras memento mori, recuerda que morirás. Los artistas plásticos también han construido enormes recordatorios de esta gran verdad por medio de la pintura de bodegones, obras en las que es posible distinguir todo el arsenal de cosas producidas por el ser humano, normalmente dispuestas sobre alguna mesa, sugerentemente en ausencia de cualquier representación humana. Del mismo modo, los rituales religiosos contemplan ceremonias en memoria de los que ya partieron, permitiendo a los fieles revisar su propia finitud. Este tipo de eventos catastróficos, que ocurren con una cierta regularidad histórica, nos da cuenta de la falta que nos hace recuperar y profundizar en el cultivo de las humanidades. Que nos los diga Clío, la noble musa griega de historia, si no es esto cierto.
Hacer frente a la idea de los padecimientos y de la finitud de la vida, dos hechos futuros y ciertos, no son lo único a lo que hemos tenido que experimentar. Cuestiones tales como el estado de la economía personal y familiar, el destino de los hijos, y nuestra propia estabilidad emocional, así como la de nuestros seres queridos, están hoy amenazados por la incertidumbre. ¿Qué pasará con mi trabajo? ¿En qué punto se encuentra la educación de mis hijos? ¿Cómo y cuánto nos seguirá afectando la cuarentena? Éstas entre otras tantas preguntas que nos hacemos todos los días, y peligrosamente, muchas veces en menos de esas cortas-largas 24 horas.
Sin embrago, y a pesar de todo lo anterior, hemos contemplado escenas esperanzadoras: gente en cuarentena compartiendo con los vecinos desde los balcones, artistas, intelectuales y académicos poniendo su talento y saber al servicio de la sociedad, por medio de las redes sociales y de las múltiples plataformas de video, que hoy nos son más familiares que ayer, redes de voluntarios que se han organizado para atender la satisfacción de necesidades básicas de adultos mayores o de personas en situación de enclaustramiento permanente producto de enfermedades preexistentes o del mismo coronavirus, sin olvidar la abnegada labor de los profesionales de la salud y de los proveedores de servicios básicos, quienes cada día se juegan su propio pellejo en beneficio de la sociedad. Respecto de los políticos (los hay de varios tipos dijo Max Weber), algunos han optado por liderar con altruismo mientras que otros han no han perdido el tiempo para adelantar el período de campaña para futuras gestas electorales. Cada cual sabrá dar explicaciones de su actuar llegado el momento, como siempre ha debido ser en la polis.
Como una forma de entender lo que nos ocurre, los medios de comunicación y de difusión cultural nos han recordado, mediante referencias y reportajes específicos, la existencia de una interesante cantidad de autores y obras relativas al fenómeno de las pandemias y su impacto social. De este modo, y para el período de la Antigüedad Clásica nos hemos reencontrado con La Guerra del Peloponeso de Tucídides y con el conjunto de los Tratados de Hipócrates, ambos del siglo V a.C. (en referencia de la gran peste de Atenas), el tratado Methodus Medendi de Galeno, las Meditaciones de Marco Aurelio, la Historia Romana de Dion Casio, y otra titulada igual de Herodiano, los Discursos de Elio Arístides, la Apologeticus Pro Christianis de Tertuliano, y el Quomodo Historia Conscribenda Sit de Luciano de Samósata, obras del siglo II coetáneas a la denominada “peste antonina” que azotó al Imperio Romano por casi 15 años. Ya lo decía Ítalo Calvino, los clásicos no pasan de moda, y siempre estaremos redescubriéndolos.
De igual forma nos han sido presentadas obras de reciente producción, alusivas al mismo tema, tales como Epidemiology and Culture (2005) del antropólogo norteamericano James Trostle, Pandemics: A Very Short Introduction (2016) del historiador norteamericano Christian McMillen, El Jinete Pálido: 1918. La Epidemia que Cambió el Mundo (2018) de la periodista científica británica Laura Spinney, Epidemics and Society. From the Black Death to the Present (2019) del historiador Frank Snowden, Pandemic Century. One Hundred Years of Panic, Hysteria and Hubris (2019) del historiador de la medicina inglés Mark Honigsbaum, y la más reciente de todas, Pandemic! Covid-19 Shakes the World (2020) del filósofo esloveno Slavoj Zizek. Todos éstos han dialogado permanentemente con la sempiterna obra de Michel Foucault, con Jared Diamond y su clásico de 1997 Armas, Gérmenes y Acero, y con el hoy por hoy ubicuo Yuval Noah Harari.
Si bien la pandemia del coronavirus nos ha traído miedo, desánimo y muerte, también ha sido la portadora del recuerdo de lo mejor de la actividad humana: la fraternidad, el heroísmo, el rescate del conocimiento acumulado por siglos, y la puesta en valor del trabajo de muchos que buscan enfrentar la plaga desde los más diversos espacios, ya sea desde la acción práctica o desde la acción del saber. Al igual que la vasija (pithos) de Pandora, en su interior, al final de todos los males siempre estuvo la esperanza (Elpis).
Francisco José Ocaranza Bosio
Centro de Investigación Institucional
Universidad Bernardo O’Higgins