Vivimos en una sociedad inmersa en el paradigma del cambio constante, en un mundo globalizado regido por la premura de la productividad, de la eficacia evidenciable y cuantificable, donde la calidad es una condición intrínseca de todo buen proceso de desarrollo y que, además, se ha convertido en un valor vital que trasciende el campo de lo netamente empresarial, situándose como un objetivo a alcanzar desde los más diversos ámbitos sociales, entre ellos la educación.
Aquí cabe preguntarse: ¿A qué se aspira cuando se habla de alcanzar estándares de calidad? Con una mirada retrospectiva, se evidencia que el concepto de calidad difiere en esencia de lo estático, ya que se identifica con una serie de características que lo llevan a redefinirse y a evolucionar a lo largo del tiempo, según los atributos que cada sociedad le confiere.
En Chile, las actuales demandas sociales se orientan a corregir la desigualdad y mejorar los estándares de educación, estimular la competitividad, productividad e innovación, además de fomentar la modernización de las instituciones.
Bajo este panorama, la nueva Ley de Educación Superior permitirá disponer de un marco regulatorio más claro en lo que le compete, estableciéndose además, que la Acreditación de Calidad sea obligatoria para las Instituciones de Educación Superior, definiendo tres niveles para ésta: básica, avanzada y de excelencia.
En tal contexto, las universidades se abocan a un creciente análisis interno, para medir el efectivo cumplimiento de sus metas y la consecuente calidad de sus servicios educativos.
Entendiendo que la calidad está ligada a una buena gestión, la tarea actual implica realizar un profundo ejercicio de reflexión, en donde no sólo se observe lo acontecido en nuestro país en materia educacional, sino también, se profundice ello en el entorno internacional, para conocer cuáles son las bases que llevan a una universidad a ser catalogada y reconocida como de excelencia.
El crecimiento económico y el nivel de competitividad global tienen como base el desarrollo del conocimiento, el avance en la construcción de redes información, la tecnología y la investigación.
Por esta razón, nuestras universidades juegan un papel protagónico en el desarrollo nacional. La educación terciaria aporta a la creación de economías más fuertes y estables con la formación de profesionales calificados, con atractivos programas de perfeccionamiento y la incorporación de nuevas tecnologías, además del avance en la generación del conocimiento.
Uno de los rasgos característicos de las universidades reconocidas como emblemáticas, de rango mundial, guarda relación con su forma estratégica de jerarquizar sus objetivos.
En este plano, se cimentan en una innovadora visión de futuro, tendiente a promover la gestión armónica de los procesos administrativos y de enseñanza-aprendizaje, pero, por sobre todo, favorecen la productividad de la investigación, transformándose éstos en algunos de los desafíos que hoy enfrentamos con fuerza.
Claudio Ruff
Rector
Universidad Bernardo O´Higgins