Hoy en día, la migración se ha constituido en un fenómeno que pone a prueba a las democracias avanzadas. Tanto en Europa, como en Estados Unidos y también en Chile, la migración se ha transformado en un asunto que genera un fuerte impacto en la opinión pública y por extensión, se ha politizado y electoralizado. Por ejemplo, las miles de personas que escapan de la guerra y solicitan refugio en Europa, la actual caravana migrante que se dirige desde Centro América hacia Estados Unidos o la comunidad migrante haitiana en Chile, son casos que ponen en tela de juicio los valores democráticos y éticos de estos países. Casi que podríamos decir: “Dime como tratas a los migrantes y te diré quién eres”.
A nivel internacional, los flujos migratorios provenientes de Centro América hacia Estados Unidos no son algo nuevo, lo impactante del actual fenómeno de la caravana migrante es que se trata de un éxodo masivo, planificado y mediatizado, donde participan familias, niñas, niños y comunidad LGTBI, lo que ha desencadenado una verdadera crisis humanitaria, solo comparable a la vivida en las guerras. Ya en el año 2013, ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) denunciaba (en una publicación titulada elecuentemente: “Niños en fuga”) que en esos flujos migratorios también participan niñas y niños solos o “no acompañados”, esto se debía, a los altos índices de violencia que sufrían en sus países de origen. De modo particular, las niñas y las adolescentes tenían miedo de ser víctimas de violencia sexual. Hoy en día, la caravana migrante presiona al presidente Trump a tomar una postura: ¿Utilizará la caravana migrante para fines político-electorales, sin abordarla como una crisis humanitaria? ¿Actuará aplicando los estándares internacionales de derechos humanos o, por el contrario, como ya ha adevertido, aplicará “mano dura”, en nombre de los intereses de su país? ¿Qué significa “mano dura” cuando se trata de personas pobres, desesperadas, desarmadas; incluso, cuando hay niñas y niños? ¿Qué pasará? ¿Lo peor?
A nivel nacional, en Chile el tema la migración también se ha transformado en un asunto de interés público. Estrategias políticas desplegadas a través de los medios de comunicación, como las deportaciones masivas o los planes de retorno voluntario, ciertamente son apoyadas por las encuestas de opinión, pero criticadas por el mundo académico y la sociedad civil. El proceso de regularización migratoria ha sido más lento de lo que se había previsto, los niveles de irregularidad y desempleo no han bajado y la nueva Ley de migraciones aún se discute en el congreso. Todo esto, en un contexto, donde se requieren urgentemente políticas públicas y programas sociales con enfoques interculturales, así como la erradicación del racismo; especialmente en el ámbito escolar, ya que según diversos estudios, algunas niñas y niños migrantes llegan a sufrir verdaderas situaciones de bullying racista.
¿Por qué todavía ciertas nacionalidades, cierto color de piel, cierto idioma o ciertos niveles económicos continúan siendo motivo de discriminación? ¿Por qué hoy en día la migración haitiana está hipervisibilizada mediáticamente, siendo que no es el grupo extranjero más numeroso en Chile? ¿Solo será que seguimos siendo clasistas, porque cuando vienen personas extranjeras a nuestros países, como turistas y con dinero, les abrimos las puertas y les llamamos “amigas”, parafraseando a Amparo Ochoa, mientras que cuando vienen pobres personas refugiadas, una caravana de pobres migrantes o una comunidad haitiana pobre la rechazamos, la criminalizamos y la excluimos? ¿Será que en verdad tenemos aporofobia es decir, que rechazamos a las personas migrantes porque son pobres, no porque sean extranjeras, tal como nos dice Adela Cortina? Todo apunta a que así es, entonces más que una crisis humanitaria, estaríamos ante una crisis de humanidad.