Inició el último mes del calendario y de alguna forma ya todos están estresados. Año a año, no importando el trabajo, vacaciones, si vives en el campo o en la ciudad, diciembre es sinónimo de, por qué no decirlo: mal genio.
Fiestas que debieran ser instancias para disfrutar en familia, con amigos, o simplemente con uno mismo, se han convertido en un dolor de cabeza. Las presiones propias y socialmente impuestas, han convertido al estrés, en un invitado común de las celebraciones. Todos corren para encontrar el mejor regalo, conseguir entradas para la fiesta de ensueño que hará olvidar los malos momentos del año que se va, y por supuesto, exámenes finales, cierres de año, la cena perfecta, etc. Mucho que asimilar, que hacer, un mismo presupuesto, y altas temperaturas, factores que en conjunto y sin saber cómo manejarlos, se convierten en la receta perfecta para el fracaso.
Para entender y saber más de este periodo y cómo de alguna mágica manera llega enero y todo parece solucionarse, conversamos con el académico de la Escuela de Psicología de la Universidad Bernardo O’Higgins, Sergio Espinoza.
¿A qué se debe el estrés de fin de año?
Siempre a fin de año se produce una especie de exacerbación de las expectativas de felicidad, se impone la “obligación de ser feliz”. Uno mide qué tan feliz está, qué tan exitoso es, qué tantos logros ha conseguido, en función de esa especie de desenlace que se produce en diciembre, que otorga ese espacio de recapitulación. Finalmente el estrés de estas fechas tiene que ver con una sociedad exitista, con una mente exigente, materialista, individualista, pero que llegado el momento se da cuenta de que no necesariamente está tan bien acompañado, está tan feliz, o está tan pleno en su vida, y entonces uno entiende mejor de esa manera, por qué existen tantos índices de suicidios en esta época, hay mucha gente que lo hace para el año nuevo justamente.
¿Podríamos decir que si la Navidad estuviese en otra época, hablaríamos de “el estrés de mediados de año” por ejemplo?
Totalmente. Además, se da el caso de que la Navidad está a una semana del año nuevo, entonces uno no termina de desestresarse de una cosa y empieza la otra, que a diferencia de la Navidad, tiene que ver con las expectativas sociales que incluyen glamour, éxito, que finalmente no nos dejan nada, al otro día verdaderamente queda una sensación de vacío y a veces durante la misma noche, lo acompaña uno la nostalgia, o de no estar en el lugar correcto, pensar en lo felices que pueden ser otros mientras están en otro lugar, en relación a mí que estoy en esto, es decir, enajenado siempre. Y la idea es conectarse con las cosas que son importantes para uno.
¿De qué forma podemos lograr dejar la enajenación de la que habla?
Lo esencial tiene que ver con la calidad de nuestros vínculos, lo primero que se deteriora es la profundidad y la autenticidad de ellos, las personas que están en esa vorágine tienen muchos amigos, muchos seguidores, pero no necesariamente están menos solos, porque la calidad de ese lazo afectivo no permite sostener una relación humana satisfactoria. La pregunta es: ¿qué estoy haciendo para cultivarlos?, por eso en estos momentos en dónde estoy cifrando expectativas de felicidad, tengo que poner en la balanza qué es lo que verdaderamente me importa.
¿Nos ponemos más huraños en estas fechas?
Claro que sí, el estrés está acompañado, además del malestar subjetivo o infelicidad, por irritabilidad y poca tolerancia. Si te fijas, cuando manejas en esta época, nadie se detiene a dejar pasar a otro, menos aún si no tiene el derecho a pasar, pero por qué no hacerlo, por qué no detenerse un minuto. Entonces, la irritabilidad, la intolerancia a la frustración, expectativas demasiado altas, el deterioro de las relaciones interpersonales, la sensación de soledad y vacío, todos son indicadores inequívocos para entender que no vamos por un buen camino, si lo que queremos es pasarlo bien en estas fechas.
¿Cómo podemos evitar contagiar de este estrés a nuestros niños?
La fórmula de que hablamos es transversal para todo el mundo, si nosotros como padres logramos concentrar nuestra atención en las cosas importantes, como por ejemplo para otras celebraciones, como en el día del niño, los llevan al mall, y los pequeños se estresan, lloran, quieren que les compren todo y llega un punto en que terminan todos peleando, y esa es la celebración; en lugar de concentrarnos en lo fundamental, que no necesariamente es lo más simple, pero son cosas que verdaderamente requieren de nuestro tiempo sereno, de un ritmo, lo que se traduce en compartir con los hijos, escucharlos, tener una cena rica, ir de paseo. Claro que tendremos que ir al mall en algún momento y comprar regalos, pero el punto es que no sea solo eso.
En definitiva, ¿qué podemos hacer para evitar el estrés de fin de año?
Una manera de enfrentar esa especie de examen que la vida nos da anualmente, que nosotros mismos nos imponemos responder, es teniendo actividades que posean sentido, porque lo que ocurre es una situación de enajenación, es decir, corremos para cumplir en torno a cosas que no tienen significado para nosotros, que no nos importan ni nos hacen más felices. Lo que tenemos que hacer es buscar las cosas que son importantes, hacer una jerarquía de prioridades, lo fundamental no es el valor del regalo, no es la cantidad de gente que va ir a la fiesta, ni cuánto vale la entrada, sino que con quién voy a estar, cuál es la calidad del vínculo que tengo con las personas con quien compartiré ese momento. Entonces, las expectativas tienen que estar reguladas por lo significativo que es cada uno de los actos que realizo, pero para mí, no para lo que socialmente se establece como valioso.