Lamentablemente ocurrió lo que muchos vaticinamos en este proceso de la Prueba de Selección Universitaria 2020, esto es que existieran problemas en la toma de ésta. Desde la psicología sistémica hay mucho que decir y acotar acerca de este fenómeno.
En primer lugar, existió negación al pensar que la PSU pudiese rendirse de forma natural, tras concluir que nuestro país ya había alcanzado una “normalización” y que las demandas sociales no eran relevantes para la mayoría de los chilenos y chilenas.
Precisamente, esto conecta con otro punto que es una de las complejidades más relevantes que levantó el estallido social. Se trata de la desigualdad en términos educativos; es decir, cómo la educación de calidad la reciben las personas con más ingresos de nuestro país y cómo, además, la misma PSU profundiza esta brecha (como demuestran todos los estudios desarrollados al respecto, desde el Informe Pearson hasta las investigaciones de Silva y Kotljatic), lo que da cuenta que la prueba de admisión a las universidades está diseñada para que estas instituciones de elite reciban estudiantes de elite.
El mencionado proceso reproduce una y otra vez la enorme inequidad que ya existe en nuestro país y que, finalmente, hace que la cuna determine quiénes somos en nuestro futuro. Es por ello que es necesaria reflexionar que si las universidades reciben estudiantes de las elites, ¿la formación superior para ellos no resultará más sencilla?
Quiénes participamos de la academia, en instituciones que apuestan por la movilidad social, vivimos un escenario más adverso al encontrarnos no sólo con prejuicios, sino también con estudiantes que de base reciben una educación básica y media con vacíos de los que debemos hacernos cargo con programas de acompañamiento estudiantil y/o nivelación. Sin lugar a dudas estas últimas iniciativas, como el programa PACE, que existe en algunas universidades, han aportado a la diversidad y a la inclusión, pero finalmente han sido prácticas aisladas que no logran abordar el problema sistémico de base.
Es desolador entonces lo sucedido los días lunes y martes de esta semana, ya que no sólo era un escenario predecible, sino que no se pensó en el efecto que esto tendría para muchos jóvenes y sus familias, reproduciendo el escenario social antes descrito.
Las familias que habían hecho todo lo posible porque sus hijo/as estuvieran preparados para dar la PSU desesperaron ante el complejo escenario, pues trataron de cumplir con un proceso y una prueba que en definitiva es la actual forma de para ingresar a la educación superior en nuestro país y que, hasta la fecha de la escritura de estas líneas, se encuentra en la incertidumbre de no saber finalmente que sucederá con ella.
Por parte, fueron víctima de este episodio aquellos estudiantes de sectores vulnerables, muchos de los cuales fueron protagonistas del estallido social y quienes, finalmente, no se encontraban en condiciones de salud mental óptima para rendirla.
Visto desde todos los ángulos, este escenario es insólito e inédito desde que comenzaran las pruebas de selección universitaria a nivel nacional. Lo que queda claro es que se deben tomar decisiones rápidamente, que posibiliten al fin dar una educación de calidad a todos(as) los ciudadanos(as) de nuestro país. Esto no será tarea fácil, pero requerimos más que nunca hacer todos los esfuerzos al respecto, ya que todos somos responsables de haber aceptado tácitamente las normas del sistema educativo que hoy tenemos y que resulta obvio que debemos transformar ahora.
Viviana Tartakowsky
Directora de la Escuela de Psicología
Universidad Bernardo O´Higgins