Las relaciones internacionales de una nación se nutren de la intencionalidad y del enfoque que un país quiere dar a su política exterior, estos moviéndose sobre un continuum bipolar que va desde una mirada completamente ideologizada, en una extrema, hacia un pragmatismo económico absoluto, en la otra. Habitualmente, se puede constatar tendencias que mezclan, en un porcentaje variable, ambos polos, este ratio particular dependiendo de la ideología del gobierno de turno, de las cualidades percibidas de la otra nación involucrada así como de las características del momento histórico vivido. Conclusión primera: no hay objetividad en las relaciones internacionales de un país: todo tiene que ver con intereses y percepciones.
Un breve análisis de las recientes decisiones chilenas de política exterior en los casos de China (lectura pragmática) y Venezuela (lectura política) nos orienta luego hacia una segunda conclusión. Piedra angular de esta diferencia de interpretación y acción: la percepción subjetiva de las relaciones de fuerza económicas entre Chile y la otra nación involucrada: a des-favor nuestro en el caso de China; a favor nuestro en caso de Venezuela… Una confrontación con el principio de la “Real Politik” basada en una aproximación de los costos y beneficios que tuviera una actitud de poca empatía en relación con el otro país, en el marco de una relación bilateral de fuerza. Segunda conclusión: lo “económico” representará siempre la esencia de las relaciones internacionales; lo “político” constituyendo una herramienta para alcanzar lo primero.
Un experto francés en inteligencia económica, Alain Juillet, afirmó hace poco, en referencia a la guerra comercial entre Estados Unidos y China que, en materia de desarrollo económico, “no tenemos amigos: tenemos intereses”. Esta declaración conlleva beneficios pero también problemas. En efecto, está lógica justifica obviamente la posición del Presidente Piñera en China pero justifica de la misma forma las decisiones del Presidente Trump frente a México, la posición de Rusia en Ucrania o la de China en el Tíbet, así como la del Presidente Maduro… Justifica la primacía de la fuerza por sobre la justicia y la ética.
Efectivamente, este pragmatismo vacía las relaciones internacionales de su posible ético. Y debilita también el peso de los derechos humanos en las tomas de decisión, so pretexto de favorecer las relaciones comerciales, sin duda ninguna también importantes. Así como elimina la responsabilidad moral que se espera de todo actor político representándonos. Tercera conclusión: un pragmatismo económico mal entendido corre el riesgo de eliminar la ética del actuar de los actores políticos de turno.
Esta tercera conclusión es particularmente alarmante. Efectivamente, va de la mano con una vuelta histórica hacia el bilateralismo, siendo este el espacio de predilección de la asimetría de poder entre actores, y por lo tanto de la imposición de realidades generalmente injustas y abusivas.
Claro que todo se puede justificar por la necesidad política de garantizar el bienestar material de los electores potenciales. Y frente a esto, ¿qué pesa más? ¿Las violaciones de los derechos humanos de miles de centroamericanos amontonados frente a un muro, o unos consumidores/electores nacionales felices? A la hora de responder, recordémonos solamente que es esta misma lógica, a-ética, que fue y sigue siendo la fuente de la actual urgencia medioambiental mundial, de las llamadas “zonas de sacrificio” en nuestro propio país, del escándalo Odebrecht, de las colusiones entre empresas, de la venta de alcohol a menores de edad etc.
Estimados actores políticos, si bien sabemos que tomar decisión política no es nada fácil, recuérdense también que si el “Hombre de Estado” – y disculparán el machismo de esta expresión – decide mirar siempre más lejos que su simple interés de corto plazo, el “Hombre político” privilegia siempre, en cuanto a él, ganar primero las próximas elecciones… ¿De cuál lado de la ética se ubicarán ustedes?
Alain Carrier
Decano Facultad de Ciencias Sociales